domingo, 24 de febrero de 2013

Leyendo "Luna de lobos" de Julio Llamazares

¿Quién es el mejor escritor español contemporáneo?, preguntan de vez en cuando por ahí. Julio Llamazares, contestaba yo a menudo. Ahora añadiría algunos nombres más, pero sin olvidar nunca al autor de la provincia de León, cuna de tantos ilustres escritores.

En su haber está la conquista de un concepto como es el de la nieve. Quien le haya leído sabe de lo que hablo. Es difícil ver nevar y no acordarse de alguna de sus historias o descripciones. A ello ha contribuido, por ejemplo, su poemario Memoria de la nieve, donde escribe: “Nieva implacablemente sobre los páramos de mi memoria”. Y es que la nieve de Llamazares simboliza el olvido, el frío manto que hay que apartar para descubrir el rastro perdido de la memoria, para mí el gran tema de fondo de su narrativa.

“La imaginación no es más que la memoria fermentada”, dice Llamazares, citando al portugués Lobo Antunes. Así es, el sustrato último de un escritor es la memoria. Y más en el caso del autor que nos ocupa, fuertemente comprometido con la recuperación de la memoria histórica en nuestro país.

En ese marco habría que encuadrar a la formidable novela Luna de lobos, que abarca nueve años a contar desde 1937 y cuya localización son las montañas de Illarga, al noroeste de León. Un interesante retrato histórico no sólo desde el punto de vista político o bélico sino también desde el social, puesto que relata las costumbres y la forma de vida de aquellos pueblos, reflejo de nuestro pasado.

Pero además y sobre todo es un retrato humano. Valiéndose de un grupo de soldados vencidos que se refugian en los montes huyendo de las tropas franquistas, describe la angustia del fugitivo, del que, como el lobo, jamás obtendrá el perdón, haga lo que haga y pase el tiempo que pase.

La dureza de la montaña y la intemperie, convertía a estos huidos, conocidos de manera generalizada como maquis, en auténticos supervivientes que aprendían a alimentarse y a ocultarse con la astucia y la urgencia propias de un animal acorralado.

Una dureza exterior, así como interior: la creada por la soledad y el aislamiento. Y de qué modo. Veamos cuál llega a ser la única compañía de Ángel, el protagonista de Luna de Lobos: “De regreso a la cueva, rayando casi el alba, el silencio me sale a recibir hasta la entrada. […] Hoy es mi mejor aliado en esta larga lucha contra la muerte. Y, como un perro, me sale a recibir”.

El pulso lírico de Julio Llamazares es notorio a lo largo de la novela, la primera que escribió después de una trayectoria como poeta que no volvió a retomar, siendo Memoria de la nieve su último poemario, publicado allá por los años ochenta.

Pero que esta visión poética a la que me acabo de referir no os lleve a error, estamos ante una novela de viva acción, de esas de las que cuesta levantar la vista. Se desarrolla a través de escenas encadenadas a buen ritmo, con técnicas del género de suspense, hábilmente dispuestas. Por ejemplo, hace uso del presente histórico, es decir, emplea el tiempo verbal presente contando hechos pasados, para acercarlos, para potenciar el interés por lo que está por pasar. Y cambia de repente al pretérito perfecto absoluto en momentos de especial intensidad. Un maestro.


© Ricardo Guadalupe

3 comentarios:

Amando García Nuño dijo...

Eso, sin entrar en La lluvia amarilla, un texto que trasciende la ficción para hacerse la crónica del olvido. Un abrazo.

Darío dijo...

No lo tenía, pero ya lo tengo. De manera liviana me inclinaría por los que conozco, Vila Matas o Marías. Pero gracias por la información. Un abrazo.

Ginés J. Vera dijo...

No he leído a Llamazares aunque me consta que tenemos criterios literarios comunes. Siendo así, me apunto este título junto al de La lluvia amarilla que sí me han dicho que debo leerlo. Curiosamente 'luna de lobos' fue un título que barajé para mi Hechizo.
Un saludo.