sábado, 9 de julio de 2016

Leyendo "La ciudad y los perros" de Mario Vargas Llosa

Este libro es una venganza. De Mario Vargas Llosa hacia su padre. Ese hombre que lo abandonó antes de nacer y que volvió diez años después imponiendo unas ideas en las que no cabía la vocación literaria de su hijo. Según él, Marito tenía que convertirse en un “hombre”, así que lo internó en un colegio militar entre los años 1950 y 1952, para corregirlo, porque consideraba que podía burlarse de los curas, pero no de los militares. Ellos, pensaba, le quitarían las ganas de dedicarse a la literatura. No pudo estar más equivocado. Mario Vargas Llosa aprovechó esa traumática experiencia como fuente de inspiración para su primera novela: La ciudad y los perros, y con ella consumó doblemente la venganza: dándose a conocer internacionalmente como escritor, y además denunciando aquellas ideas en las que tanto creía su padre y que en la práctica, en el colegio militar, demostraban ser machistas, brutales y cobardes, hasta el punto de servir para ocultar un posible asesinato.

El alter ego de Vargas Llosa en la novela es el cadete Alberto Fernández Temple, el personaje a través del que nos describe su querido barrio Diego Ferré, las amistades que allí hizo y sus primeros enamoramientos. También la situación de sus padres… Incluso la anécdota de que vendía cartas de amor a otros cadetes para que estos se las enviaran a sus novias. Por este motivo, en el libro, al cadete Alberto le apodan “el Poeta”.

En cambio poca poesía hay a mi parecer en La ciudad y los perros. El estilo y la técnica narrativa, o la antitécnica más bien, son muy confusos. Hay diferentes narradores y múltiples focos narrativos, saltos en el tiempo y superposiciones de planos espacio-temporales, sin introducciones ni explicaciones aclaratorias, monólogos interiores y localismos, textos fragmentados… Da la sensación de que el autor no se preocupa por el lector, que va a lo suyo, que se trata de un escritor sumamente egoísta. O que busca ser efectista, llamar la atención, y vaya si lo consiguió, en España por ejemplo obtuvo el Premio de la Crítica.

Gana en interés a mitad del libro cuando la historia adquiere tintes de novela negra. Entonces uno tiene el impulso de saltarse párrafos para saber qué va a pasar. Pero las señales son falsas, hacen entrar al lector en un laberinto de preguntas sin respuestas. De nuevo el autor juega a la confusión, quizás para que la intriga no finalice acabado el libro y se generen debates inagotables por ser de imposible solución. En tal caso, volvió a salirle muy bien la jugada, pero en mi pueblo a eso se le llama hacer trampas.

A continuación aviso de que voy a mencionar desenlaces del argumento, y es que aunque no exista una conclusión absoluta, para mí la menos inconsistente sería una que afirmara que el personaje de “el Jaguar”, de quien no se sabe su amor por Teresa hasta el final, mata a “el Esclavo” por celos. He querido dejarla apuntada puesto que, para mi sorpresa, no aparece este posible móvil en los estudios sobre el libro a los que he tenido alcance.

Y por último, y hago extensivo el aviso del anterior párrafo a este, una característica significativa de la novela y que a mi modo de ver también contribuyó a su éxito, por ser altamente provocadora, es su esencia amoral. En La ciudad y los perros el “héroe”, el que se sale con la suya, es un asesino, un ladrón y un mentiroso.


© Ricardo Guadalupe

martes, 5 de julio de 2016

Lorca desencadenado

Hilvanado con versos del maestro


Desnudo el grito, las orillas de la luna, la fuente fría, la flor ajada.
Desnudo estandartes y faroles, unicornios y cíclopes.
Hinojo, serpiente y junco.
Aroma, rastro y penumbra.
Aire, tierra y soledad.

Soy la poesía que anda por las calles, el olor que te sale de los pechos y las trenzas, cien luceros verdes, sobre un cielo verde.

Por el Arco de Elvira quiero verte pasar, sueño de trece barcos, rumor de siemprevivas, noche de cuatro lunas y un solo árbol.

Que florezca la rosa, no me dejéis en sombra, la poesía es el misterio que tienen todas las cosas, los corales tibios, la noche clara, los cañaverales y las sábanas de holanda.

Paso a vuestro lado, os sigo por el aire como una brizna de hierba, por las brisas de caña mojada, los montes imantados, los arroyos de leche blanca… Bajo de la nieve al trigo para saber tu nombre y ponerme a llorar.

Pero hay gente invisible que rodea perenne mi casa, un desierto de tallos sin una sola rosa. Sordas penumbras, capas siniestras, tercos fusiles que dejan fugaces remolinos de tijeras.

Si muero, dejad el balcón abierto. Que suenen las flautas en la tormenta, el gong de la nieve, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña.

Apartad el biombo de días grises, descubrid un cielo de muslos blancos. Un Polifemo de oro baila con un pez del mar de la China un pequeño vals vienés por glorietas de caracolas.

Que no venzan las astas de ciervo enfurecido, los ojos arañados, el llanto oscuro que se aleja por un túnel de silencio. A la sombra del ciprés, tocad la guitarra, ese corazón malherido por cinco espadas. Abrácense los dos ríos de Granada, las páginas de los libros, las dos almas, las que no saben odiar y ¡ay! las que no saben, amor mío, por qué odian.


© Ricardo Guadalupe

miércoles, 25 de mayo de 2016

Reseñado por Enrique Gallud Jardiel

Publicado el 18/05/16 en el blog Humoradas: http://humoradas.blogspot.com.es/2016/05/resena-de-palabras-literarias.html

«Palabras literarias», de Ricardo Guadalupe. Editorial Octaedro.

Nadie negará a estas alturas el poder inconmensurable de la palabra. Yo soy un cinéfilo empedernido —nada tiene que ver una cosa con otra— pero no tengo reparo en afirmar, en contra del tópico, que una palabra vale más que mil imágenes, por lo que pueden estimular y poner a trabajar a la imaginación humana, que es el alimento del alma. Fue el cardenal Richelieu quien dijo aquello de «Dadme seis líneas escritas de su puño y letra por el hombre más honrado y encontraré en ellas motivo suficiente para hacerlo encarcelar». Las palabras valen. Las palabras comprometen. Las palabras significan.

Ésta es la razón de mi entusiasmo por las combinaciones de palabras y por los juegos que con ellas se pueden hacer. Soy un gran aficionado a la retórica, pero poco aficionado —lo reconozco— a los que escriben libros de retórica, que suelen ser señores muy sesudos que emplean ejemplos tomados de Horacio, Ovidio o uno de esos señores pesados.

Por eso me ha gustado tanto y recomiendo con entusiasmo este libro de Ricardo Guadalupe —que condujo un programa de radio sobre este tema—, donde el autor nos habla de todas esas cosas maravillosas que se pueden hacer con los vocablos: jitanjáforas, binomios fantásticos, lipogramas, acrósticos, palíndromos, quiasmos, y otras combinaciones lingüísticas, muchas de ellas con nombres griegos dificilísimos pero muy divertidas, que convierten a los textos que las usan en algo extremadamente placentero.

Este libro tiene dos cualidades supremas en literatura: la claridad y la amenidad. Se explican al detalle todos estos procedimientos de la manera más directa y sintética que hallarse pueda —algo muy complicado, pues lo que se lee con facilidad se ha escrito con gran dificultad— y se ilustran con ejemplos acertadísimos, muy explicativos y, por si esto fuera poco, generalmente divertidos y de gran claridad. Y, por último, se le propone al lector en cada sección que juegue él también con la figura que se ha descrito, se le invita a participar en un proceso creativo e intelectual para mejora de sus procesos mentales.

Los amantes de las palabras y del idioma no deben dejar de hacerse con este estupendo libro.